Pues eso, que llegamos a Salamanca y preguntando, preguntando, alcanzamos mi mujer y yo el dichoso Hotel doña Brígida, que como todos ignoráis, se llama así en honor a la madre del dueño. El dueño del hotel, con campo de golf, ¡por supuesto!, se dedicó a sacar del suelo la piedra dorada para las reconstrucciones salmantinas y, una vez allanada la cantera, - materia de la cual sabemos mucho los de Velilla- recalificaron el terreno: urbanización de lujo. Como recuerdo de los cerdos negros que alguna vez corretearon en montanera bajo las encinas, queda una estatua del animalito y un cierto olor a cochisquera...
En la cafetería, el café de la tarde. Beatriz y yo subimos a nuestra habitación, la invito a que se quede y ella, decidida a dejarme solo - con soportarme a diario tiene suficiente- declina la invitación, aunque la tentación es fuerte: ¡una cama de cuatro metros cuadrados no se deshace todos los días!
Periz, torero charro, buen anfitrión, al quite. De segundo espada actuaba Anselmo. Peramato, tambíen recibía, aunque no formaba parte de la cuadrilla. Cuando Beatriz ya montaba en el coche camino Cáceres, apareció un sombrero que cubría una rubia melena y, anunciado por una hermosa barriga, aparecía el docto - habla gallego con acento andaluz y andaluz sin acento gallego a pesar de haber nacido y vivido en Alleriz- y doctor Manuel Suárez acompañado de Teresa. Desaparecieron ascensor arriba. Comparto con Luis Mellado, que se dedica a la procelosa preparación de la lencería femenina, un cigarro, una conversación y unas cuantas opinones sobre los que están y no están.
Aparece Nicolás Moriano, paisano de la tierra y maestro en Cáceres, tiene una hija que se dedica a lo mismo que la mía: les da por las lenguas: latines, griegos, ingleses, franceses, alemanes, portugueses, es decir candidatas a empleadas del instituto Cervantes o de Manolo Mena para su agencia de traducciones. Se junta con nosotros el director del Coro de Jerez que a base de sherry ha conseguido llevar a su formación a los mejores palacios de ópera del país.
Anselmo nos mete a Nicolas, al músico y a mi en su coche y nos transporta hasta Salamanca. Los salesianos convierten su patio en un parquing, son las modas y los ladrillos. Vueltas por Salamanca en busca del astronauta y la rana. Nicolás y yo decidimos que es mejor tomar un chato. Me pierdo con el dueño de las heladerías "Tutti Frutti" y llegamos a la cena con un compás de retraso. ¡Es que, en vez del coro, somos del foro! Cenamos muchos y mucho y seguimos. Cuando llegamos al hotel ya hemos convertido el agua en saliba y nos hemos reconocido un poco, cosa nada sencilla, después de cuarenta años sin vernos. El güisqui de la noche y a disfrutar en soledad la inmensa cama...
Mañana más crónica...
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