Hoy último día de trabajador en activo. Mañana, día uno de septiembre, ya no tendré que acudir al trabajo de toda la vida. Mi hijo Juan me toma el pelo y me recomienda que me apunte a un curso de petanca. Fernando y José Manuel me recibieron ayer, a eso de las doce de la noche, con un "¡Coño, un jubilado marchoso!" Era la hora del güisqui nocturno. Les repliqué negando la mayor: "¡Aún me falta un día!"
Hoy, domingo 31 de agosto, a estas horas ya he dado un paseo, he leído dos periódicos, he hecho las once - consiste en comerse el bocata de ahora, un cacho pan y tocino en el lenguaje de antes-y ahora me propongo planificar futuros.
Debería empezar por ordenar la mesa y contestar correos, pero me da pereca lo primero y lo segundo lo aplazo para más tarde.
Debería escribir un capítulo del el Quijote informático, jubilado de telefónica, que ha embaucado a un tal Sancho, de profesión sus chapuzas, en la aventura de hacerse autónomo y contratar obras de mantenimiento en el emporio toledado de Seseña - La Mancha debe seguir presente-, donde se hará con el mando de la ínsula de las aguas residuales de Paco el Pocero, pero no tengo datos suficientes a mano.
Debería corregir los planos de la remodelación de la casa de Cabezabellosa, pero me faltan fuerzas y temo discusiones familiares.
Debería seguir corrigiendo la historia de Juan Galvez, pero las correcciones las tengo en el ordenador portátil y ahora me siento en el de mesa.
Debería escribir la novela vivida este verano que tengo prometido a Beatriz, pero es complicado hacerlo sin una previa planificación y la planificación me sobrepasa.
Debería desarrollar algún que otro proyecto pendiente, pero lo dejo para el tiempo relajado que me espera a partir de mañana.
En consecuencia, no hago nada y me juego un solitario en el ordenador.
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