lunes, enero 30, 2012

LOS VIERNES Pamisola: LA ESPERANZA

       Otra entrega de pamisola:
  Después de tantos días perdido, con frío, hambre y cansancio el cuerpo empapado, la ropa rota e irreconocible  por la suciedad  y el barro embutido en las botas y lo que quedaba de mis  calcetines, tuve la  gran suerte  de encontrar este  escondrijo parecido a una cueva,  por fin podría  descansar sin tener por techo el cielo raso. Ese cielo limpio y estrellado  que anuncia  las duras heladas  en la meseta castellana, y que  para mi desgracia ya conocía tan bien.
         Me moví  para darme la vuelta y cambiar de postura, estaba entumecido de estar  tanto tiempo encogido para soportar mejor el intenso frío que no lograba mitigar tapado con la manta que ya sólo era un  harapo.
Era ese momento impreciso  en que el día compite con la noche para ir imponiendo su luz poco a poco. Me sorprendí al  distinguir entre las sombras a otra persona tumbada a tan solo un metro de donde yo estaba, dormida probablemente, o sólo intentando descansar.
Esperé nervioso a que hubiera más luz para ver quién era la inesperada compañía. Estaba de espaldas, y por el aspecto de su ropa imaginé que estaba en lo mismo que yo; poder sobrevivir.
   -¡Eh!  ¿Quién eres tú?  ¿En qué bando estás?  Comprobé que era un hombre más o menos de mi edad cuando se revolvió rápidamente para mirar hacia mí.
         -Y a ti qué te importa. Yo  podría hacerte la misma pregunta.
         -Si ya, pero yo llegué primero.
         -Y qué, no me irás a decir que esta porquería  de sito te pertenece.
         -Del que llega primero. Y si no hay más remedio, defenderlo a puñetazos, no hay más. Y con una mueca de media sonrisa, me pregunté si merecía la pena luchar ya por nada.
      El recién llegado se incorporó,  la escasa luz  me hizo  intuir, más que  ver,  su aspecto y el estado de sus ropas y  no me dieron una pista nueva, seguro que era otro desertor  cómo yo,  los había en las dos partes.
      Seguimos  la conversación  midiendo las palabras,  tanteando, sobre todo las respuestas, sin olvidar   lo que a los dos más nos preocupaba.  Si el otro sería de fiar. Se puso de pie y dio una vuelta sobre sí buscando con la mirada.
         -No tienes nada de comer, ya veo. ¿O lo tienes escondido?
         -No.  Y si tuviera  tampoco te daría nada, sin saber siquiera  quién eres.
         -Vale, luego hablaremos de eso-. Y  contrariado se volvió a tumbar en el suelo igual que  antes, de espaldas a mí. Supuse que le podía más el cansancio que el hambre y las ganas de discutir.  Eso y que estuviera otra vez  a mi altura me tranquilizó.  Después de un rato de hacer cábalas  sobre el cambio de la situación, el  abatimiento y el silencio me adormilaron.
Calculé  por la intensidad de la luz   que  serían  sobre las siete de la mañana, el día empezaba a   chulear otra vez  porque como siempre le estaba  ganando  la partida a la oscuridad.
Me volví para mirar dónde estaba el otro individuo cuando  sobresaltado recordé lo ocurrido antes de quedarme dormido, pero la escasa claridad me daba de lleno en los ojos.  Me levanté despacio para no hacer ruido, pretendía adelantarme y poderlo mirar con detenimiento antes de que se diera cuenta. Recorrí la cueva con la mirada, no había ninguna señal en el sitio donde  había estado  tumbado. Me desperecé  para colocar  mis doloridos huesos, que ya no recordaban lo que era un colchón.
Me sentí  aliviado y a la vez  decepcionado  al descubrir que  de nuevo  estaba solo. Fue bueno tener a  alguien con quién hablar  después de tantos días  huyendo por el monte, de tanta  soledad  y tanto miedo compartido con las alimañas nada más.   El  tiempo que duró la   breve conversación  me sentí menos miserable,  menos humillado por la vida,  dos  personas hablando en igualdad de condiciones,  aunque  el otro  posiblemente, no fuera de los míos.
Salí de la cueva siguiendo las pisadas marcadas en el barro por el  pobre desgraciado, al llegar afuera me llamó la atención  un papel que había en el suelo  y que todavía no se había empezado a mojar, lo cogí, era de un color pardusco indefinible,  como casi todo en aquéllos tiempos,  aunque era posible que hubiera sido blanco cuando se escribió. Con los dobleces gastados casi rotos de tanto mostrar  y  guardar  su contenido,  como  un estuche que  guardara las  palabras con más celo que si fueran joyas. Lo  desdoblé   con  curiosidad   y cuidado,  intento inútil  con  mis  manos  temblorosas,  ajadas y sucias.
Querido Juan: Dónde quiera que estés,  no me olvides nunca. Con todo mi amor te espero. Siempre tuya, Teresa.
         P.D. El niño se cría bien, se parece mucho a ti, y  te manda un beso.
Aquél  papel que sin duda era el motor y el alimento de alguien que sufre la misma situación que yo, se dobló solo,  por la costumbre. Lo  guardé en el único bolsillo que me quedaba, quizá con la esperanza de  poderlo devolver. Mis pensamientos volaron lejos y demasiado deprisa  en busca de mis  sentimientos, y los esquivé como pude y decidí que no debía darles ni un minuto de atención. Necesitaba las pocas fuerzas que me quedaban para  seguir andando con un solo objetivo; encontrar como fuera algo  que se pudiera comer. Después quizá pudiera  sentarme a llorar y dejarme embaucar otra vez por la esperanza.

2 comentarios:

Ele Bergón dijo...

Muy bueno Puri. Me ha gustado lo que dices sin decir, esa esperanza que todos buscamos y la importancia de la comunicación con nuestros semejantes.

Un abrazo

Luz

Pamisola dijo...

Muchas gracias Luz, te agradezco mucho tú opinión.


Abrazos, Puri