Me corroe la duda si empezar comentando las fotos del sábado y domingo aparecidas en la prensa -ya se sabe que las máquinas, como las armas las carga el diablo- sobre los eventos de Valencia o sobre lo que pasa en la calle. Yo, débil de corazón, no resito la tentación de hablar del prójimo: me encanta la sonrisa tipo Julio Iglesias -¡Hey!- de mister Ansar que habla catalá con la botella. Me encanta ese pelo de orejas tapadas, hyppy postrero, fuera de lugar en todas partes. Me pone esa foto de mujer almodovariana, soltera y madre en la vida, rebelde y reverde porque el mundo la ha hecho así. ¡Cuanta poesía, cuanta esperanza frustrada por la gallarda actitud del registrador de proiedades! ¡ Y san Gil a uvas! ¡Mucha oreja cabreá y algún que otro zeñorito cantando bajo la lluvia!...
Pero quería hablar de papeleras. Frente a mi casa hay una papelera con capucha roja. Es una papelera urbana que oculta prudentemente los desperdicios que los vecinos tiramos en torno a ella. Dentro también caen algunos. La noche del sábado al domingo, la calle Mayor se convirtió en un Montmeló villariego: las motos rugían al compás de la música disco que salía de los amplificadores de los autos. Al rededor de las papeleras las tertulias se animaban con vasos de cristal elocuentmente repletos de mejujes. Las motos aportaban masculinidad y anedralina. Hay muchachos que se creen que con tantos caballos entre las piernas se liga mejor. Sabido es que si tienes entre las piernas una máquina inerte y en las manos un manillar, no sientes ni el calor exquisito de la piel suave y las manos aprietan armas que no son precismante de mujer. Por eso hay tantos solteros en Velilla: confunden la velocidad con las témporas...
Pero hay más: se puede permitir estas conversaciones de midianoche ahora que se que se acerca San Juan, pero no ruidos, se pued permitir el botellón, pero no sepueden consentir los milagros. Y milagros hubo: una papelera voló hasta mi jardín. Y allí permanece como testigo de la obra mágica hasta que el Ayuntamiento la recoja.
No está bien esto, porque las papeleras a veces tambien reciben algunos papeles. Y tal vez algunos de esos folios usados sean mios. Pueden contener escritos que he desechado después de haber aprovechado el papel para limpiar la impurezas que se generan en mi desagüe mayor -soy así de fino y así de explícito- y además pueden llevar algunas ideas no precisamente de alabandzas y loas para los ediles encargados de la limpieza urbana y la segurida nocturna.
Lo que me preocupa es que alguno de estos folios caiga en manos de la policía municipal, -a estas horas deben estar entonando aquella canción de los Mohinos escocíos, que describía el lugar donde se encontraba el marido de la señora que contaba el cuento, - ESTAR CAGANDO- y han de recogerlo y, cuando adviertan que continee escrtitos subversivos, se vean obligados a entregarlos al concejal de turno. Eso conlleva el inconveniente de, además de obligarles a leer, el trabajo de leer improperios perfumados e ilustrados... ¡Perdón por la escatología, pero ya está bien!
2 comentarios:
Hola Pedro, te ha quedado muy bien eso de: la sonrisa tipo Julio Iglesias".
está bien que protestes o denuncies el bandalismo, eso de arrancar papeleras no está nada bien. Por los escritos, no te preocupes, si los ediles son inteligentes veran que tú eres escritor, y ya se sabe, 50/% realidad, 50/% ficción. :-)
Un abrazo
Os espero para brindar
Pedro, al leer tu entrada me he acordado del relato de Julio Cortázar "El diario a diario. Como es pequeñito lo dejo aquí.
Un señor toma un tranvía después de compara el diario y ponerselo bajo el brazo. Media hora más tarde desciende con el mismo diario bajo el mismo brazo.. Pero ya no es el mismo diario, ahora es un montón de hojas impresas que el señor abandona en un banco de la plaza. Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diaro, hasta que un muchacho lo ve, lo lee, y lo deja convertido en un montón de hojas impresas. Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diario, hasta que una anciana lo encuentra, lo lee, y lo deja convertido en un montón de hojas impresas. Luego lo lleva a su casa y en el camino lo usa para lo que sirven los diarios después de estas excitantes metamorfosis.
Besos.
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