Aparecieron por allí dos caza talentos buscando escritores " emergentes" - su palabra favorita- para una editorial que ellos vendían como hermana de Planeta y que aparecerá en marzo.
También llegaron los amigos de Juan Manuel: lo típico y lo tópico: el médico, la antigua tía buena, el simpático, el circonflejo, todos contentos. Había alguna ausencia: nueva llamada y el teléfono contesta con la voz artificial que pide el mensaje. "Te sigo esperando...!" ¿Qué otra cosa se podía contestar?
La presentación por parte del argentino entrañable. Se decidió el por leer uno de mis párrafos que le entusiasmaron. Cuelgo aquí todo este apartado del capítulo amores de Verano:
EL AMOR ENTRE REJAS
Ella también fue niña. Miró al muchacho y se prendó. Pasó algún tiempo, lo suficiente para que el amor floreciera. Encontró otros amigos que no conocía, otras ilusiones que no imaginaba. Aquellos ojos negros descompusieron la razón. Proyectaron una vida común más allá de la lógica. ¿Cuándo no ha dictado el corazón las razones? La vida discurrió deprisa por las autopistas del frenesí. No encontraron trabas en ninguno de los vericuetos. Ningún ave por real que fuera les dejó bajo en su arriesgado volar. El muchacho de los ojos negros había diseñado viajes entusiastas por laberintos tortuosos. Todo fue posible. ¡Qué atrás habían dejado el barrio, el pueblo, la ciudad! El mundo se fundía en riesgos con adrenalina. Las cuentas se pagaban con visa oro y las pensiones se habían convertido en hoteles de cinco estrellas. Todos los sueños de cenicienta se habían convertido en realidad. Desde el traje blanco de novia al irás y no volverás. El más allá sólo representaba el paroxismo de lo posible, el atrapar en un segundo toda la vida. Hasta que un día llegó la calma. Bajaron juntos del mismo avión, pero les separaron bruscamente y no se volvieron a ver en varios meses. Las noticias de uno y del otro llegaban alambicadas por mil filtros. Los abrazos se habían tasado y los besos se resumían en un cuerpo a cuerpo muy de tarde en tarde.
La calma obligada conducía el aburrimiento, a la sinrazón que nunca había abandonado. Suponía el observar, el mirar por matar el tiempo, ahora que disponía de él involuntaria pero absolutamente. Pasó lo mismo que entonces. Se cruzaron otros ojos negros. En esta ocasión no hubo cita, ni encuentro casual ni promesas de eternidad. Sólo una mirada asustada, carente de futuro, ambigua y suplicante, desesperada y perdida. Huidiza. Fue un relámpago, la fracción de segundo que necesitaba para encender otra vez el motor de explosión. Aceleró en la pista de ensayo, corta y tosca, parda, con paredes de ladrillos y vistas a las rejas. Buscó, encontró la comunicación de ensanche. Ahora anhelaba navegar los océanos de la tristeza en otra carabela pirata. Por eso solicitó y consiguió la carta de embarque hacia los mares del sur en el último esquife que llegó a su puerto.
Pero el patrón de la anterior travesía se consideraba con los derechos de propiedad. A ella le dieron el placet, a él se los negaron. El capitán de los versos presentó la artillería. La tripulación se reía porque el patrón pretendía la imposibilidad de retener corazones a fuerza de papeles. La sarracena se escapaba con el último grumete en busca de las imposibles islas del tesoro.
A ella, sólo le restaba la libertad de soñar, y la ejerció. Nunca nadie lo puede impedir.
Ella también fue niña. Miró al muchacho y se prendó. Pasó algún tiempo, lo suficiente para que el amor floreciera. Encontró otros amigos que no conocía, otras ilusiones que no imaginaba. Aquellos ojos negros descompusieron la razón. Proyectaron una vida común más allá de la lógica. ¿Cuándo no ha dictado el corazón las razones? La vida discurrió deprisa por las autopistas del frenesí. No encontraron trabas en ninguno de los vericuetos. Ningún ave por real que fuera les dejó bajo en su arriesgado volar. El muchacho de los ojos negros había diseñado viajes entusiastas por laberintos tortuosos. Todo fue posible. ¡Qué atrás habían dejado el barrio, el pueblo, la ciudad! El mundo se fundía en riesgos con adrenalina. Las cuentas se pagaban con visa oro y las pensiones se habían convertido en hoteles de cinco estrellas. Todos los sueños de cenicienta se habían convertido en realidad. Desde el traje blanco de novia al irás y no volverás. El más allá sólo representaba el paroxismo de lo posible, el atrapar en un segundo toda la vida. Hasta que un día llegó la calma. Bajaron juntos del mismo avión, pero les separaron bruscamente y no se volvieron a ver en varios meses. Las noticias de uno y del otro llegaban alambicadas por mil filtros. Los abrazos se habían tasado y los besos se resumían en un cuerpo a cuerpo muy de tarde en tarde.
La calma obligada conducía el aburrimiento, a la sinrazón que nunca había abandonado. Suponía el observar, el mirar por matar el tiempo, ahora que disponía de él involuntaria pero absolutamente. Pasó lo mismo que entonces. Se cruzaron otros ojos negros. En esta ocasión no hubo cita, ni encuentro casual ni promesas de eternidad. Sólo una mirada asustada, carente de futuro, ambigua y suplicante, desesperada y perdida. Huidiza. Fue un relámpago, la fracción de segundo que necesitaba para encender otra vez el motor de explosión. Aceleró en la pista de ensayo, corta y tosca, parda, con paredes de ladrillos y vistas a las rejas. Buscó, encontró la comunicación de ensanche. Ahora anhelaba navegar los océanos de la tristeza en otra carabela pirata. Por eso solicitó y consiguió la carta de embarque hacia los mares del sur en el último esquife que llegó a su puerto.
Pero el patrón de la anterior travesía se consideraba con los derechos de propiedad. A ella le dieron el placet, a él se los negaron. El capitán de los versos presentó la artillería. La tripulación se reía porque el patrón pretendía la imposibilidad de retener corazones a fuerza de papeles. La sarracena se escapaba con el último grumete en busca de las imposibles islas del tesoro.
A ella, sólo le restaba la libertad de soñar, y la ejerció. Nunca nadie lo puede impedir.
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