domingo, noviembre 09, 2008

LA NOVELA NEGRA

Aparece en El País de hoy (9-11-08) un anticipo del libro "El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti" escrito por Mario Vargas Llosa. Mario Vargas Llosa ha producido cosas muy buenas y otras, de andar por casa, pero desde que me topé -hace ya muchos años- con "La orgia perpetua", su tesis sobre Madame Babary, no puedo negarle su buen juicio sobre escritores y escrituras. Pero no deseo ahondar en Vargas Llosa, aunque compraré y leeré su libro, sino en uno de los aspecto que toca en esta artículo sobre las estrafalarias costumbres de Onetti. Podría fijarme en su afición al vino y al güisqui, ambas las comparto, pero comparto otra: la afición a la novela negra, y sobre todo a la novela negra barata, la despreciada literatura de kiosco.
En mi niñez cayeron por la majada algunas novelas negras españolas -novelas de policías- protagonizadas por el inspector Vega y su secretaria Sonsoles que llevaba en un burro el huevero, que recogía los huevos de las gallinas y alquilaba novelas por una perra gorda. No he sido capaz de encontrar nada sobre las mismas. Más tarde me encontré con Raymond Chandler, Jame M. Cain, Jim Tomson, Ross Mc Donald, George Simenon, Márgaret Millar y otros muchos. Me pasaba y me pasa como a Onetti, me gusta perder el tiempo - o ganarlo, entretenerlo, al menos- leyendo este tipo de literatura. La novela negra no sólo es la aventura y la intriga bien urdida sino que aporta un retrato de una sociedad determinda en un momento determinado. Lo característico, en cuanto a la forma, es la frase rápida y rotunda, la descrición escuela, los diálgos rápidos y eficaces. Es la novela social. Un vistazo rápido por el panorama español así lo indica: ahí siguen Vázquez Montalván y su detective desencantado Carvallo, por ahí anda Jorge Martínez Reverte y Juan Madrid sin olvidar a Andreu y compañía. Siempre tejen ficciones que tocan la realidad posible en ambientes cargados y turbios, reales como la vida misma. Se tratan todo tipo de temas y queda siempre volando un cierto ecepticismo sobre la condición humana y un cierto cinismo, absolutamente indispensable para la supervencia.
Onetti, me acuerdo de él cuando llego a Avenida de América en Madrid, practicó los vicios solitario del güisqui y la novela negra, como me gusta a mí. Le envidio por no ser capaz de escribir e imaginar como él.

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